La historia de las ciudades, su fisonomía, está relacionada con las epidemias: la peste en la Edad Media, la viruela en el siglo XVII o el cólera y la fiebre amarilla en el XIX. Tal vez, la pandemia originada por el coronavirus sea la que modifique la manera de diseñar y construir nuestras casas, priorizando los aspectos relacionados con la salud.
La vivienda, donde hoy, por desgracia, transcurre toda nuestra vida, guarda una estrecha relación con la salud. Factores como la ventilación, la luz o el confort térmico afectan a nuestro bienestar físico y emocional. De ello hemos hablado con Sonia Hernández-Montaño, arquitecta, fundadora de Arquitectura Sana y coordinadora de salud del COAC.
Ha publicado, como directora del postgrado de Arquitectura y Salud de la Escola Sert, una serie de recomendaciones para que el hogar sea más saludable durante el confinamiento. ¿Cree que la situación actual nos hará reflexionar sobre la manera en la que nuestra casa condiciona nuestra salud?
Esta pandemia es un hecho del todo desafortunado, pero espero que sirva para evidenciar esa gran relación histórica que hay entre arquitectura y salud. La historia del urbanismo y la arquitectura es paralela a la de la salubridad y el higienismo. Ahora mismo la vivienda se ha convertido en templo de salud, porque es el lugar en el que estamos a salvo, y el espacio público parece un lugar hostil. Desde luego no es así, pero la mirada de la vivienda y el espacio público cambiarán hacia la naturalización y regeneración del entorno que englobará también la escala de planificación territorial y urbanística.
¿Qué relación guardan la arquitectura y la salud?
La arquitectura es nuestra tercera piel. Las pautas de diseño, constructivas y de mantenimiento de nuestra casa y nuestro lugar de trabajo condicionan nuestro sistema biológico y, en consecuencia, nuestra salud. Proyectar pensando en salud es crear espacios que se adaptan a nuestras necesidades físicas, químicas, biológicas, energéticas y emocionales para mejorar nuestra calidad de vida. Trabajar en arquitectura saludable es proyectar integrando la salud desde el diseño, la elección de materiales y los sistemas constructivos e instalaciones, pensando también en el mantenimiento y vida útil del espacio.
¿Cuáles son las principales características que ha de tener un hogar saludable? ¿Qué papel desempeña la madera en el mismo?
Las viviendas han de ser eficientes y consumir pocos recursos. Pero sólo fijarnos en aspectos medioambientales o energéticos no da como resultado una vivienda saludable. Además, se ha de optimizar la ventilación y evitar la proliferación de fibras, partículas, productos químicos, agentes biológicos (hongos, levaduras, virus, alérgenos, bacterias…). También cuidar las instalaciones eléctricas y de telecomunicaciones para minimizar la exposición a radiaciones. Y procurar una distribución flexible, adaptada a las necesidades de cada familia. Es importante también pensar en los espacios que sustentan la vida (cocina, baños, lavadero…) como espacios dignos, no residuales.
La madera es un gran material a muchos niveles: ciclo de vida, material orgánico, textura, facilidad de manipulación, posible explotación local, perfecta combinación entre aislamiento y acumulación de calor… Eso sí, tener un esqueleto de madera no significa que la vivienda sea saludable. Se deben combinar otros muchos factores como el diseño, el resto de materiales, las instalaciones…
¿Qué deficiencias en nuestro hogar pueden provocar enfermedades?
El ‘Síndrome del Edificio Enfermo’ se relaciona principalmente con espacios de oficinas, pero también se da en viviendas. Se trata de una combinación de causas como defectos de ventilación, presencia de humedades, problemas acústicos, falta de iluminación natural y mala iluminación artificial, disconfort térmico, así como una elevada presencia de materiales sintéticos y sistemas eléctricos deficientes. Algunos de estos parámetros se pueden observar a simple vista, pero otros no son tan evidentes. Por eso se deben analizar de manera específica con la ayuda de un profesional.